¿Has visto a María? (Spanish Edition)

La mundialmente aclamada autora de La casa en Mango Street nos brinda un relato profundamente conmovedor acerca de los angeles pérdida, el duelo y los angeles sanación: una fábula para adultos líricamente narrada y vívidamente ilustrada sobre una mujer que busca un gato extraviado tras los angeles muerte de su madre.
 
La palabra “huérfana” no parecería aplicarse a una mujer de cincuenta y tres años de edad. Sin embargo, así es exactamente cómo se siente Sandra al encontrarse sin madre, sola “como un guante abandonado en l. a. estación de autobuses”. Lo que pudiera salvarla es l. a. búsqueda de algo más que se ha perdido: María, l. a. gatita blanquinegra de su amiga, Rosi, que se largó el día en que ellas dos llegaron desde Tacoma. A medida que Sandra y Rosi peinan las calles de San Antonio—preguntando por todas partes y poniendo volantes—¿Has visto a María? hace gala de l. a. habilidad de esta querida autora de contar cuentos llenos de magia, en un relato que nos recuerda cómo el amor, aun cuando desaparece, no se pierde por siempre.

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No puedo ver gran cosa hasta que me quiten las cataratas —dijo—. �Les gustaría tomar una soda tremendous pink? —¿Han visto a María? En los angeles casa azul de enfrente, Rogelio y Guillermo interrumpieron su trabajo de jardinería el tiempo justo para leer el volante y negar con los angeles cabeza. Guillermo había perdido a su hijo mayor varios Thanksgivings atrás, y los angeles hermana de Rogelio estaba de nuevo en el sanatorium con cáncer. —No hemos visto nada —dijeron, pero yo sabía que habían visto suficiente. Bajando l. a. cuadra donde Steiren se topa con Guenther, un padre de familia recortaba un arbusto de lantana, sus dos hijas colgadas boca abajo del barandal del porche como tlacuaches. —¿Han visto a María? los angeles mayor de ellas arrancó el volante de las manos de su papi antes de que él pudiera siquiera leerlo. —¿Cuánto dan de recompensa? —preguntó ella de cabeza. —Cien dólares —dije, inventando l. a. cantidad en ese instante. —¡Cien dólares! —. Un niño que iba volando en su bicicleta se estampó contra el matorral de lantana, con bici y todo. l. a. niña más pequeña saltó del porche y le llevó el volante a su gato. —Pelusa, �has visto a este minino? Pelusa olfateó el volante, pero no pudo o no quiso decir. Caminamos por las casotas como pasteles de boda de King William road y más allá, hasta el puente peatonal O. Henry, el pasadizo rebotando y traqueteando bajo nuestras suelas. A medio camino nos detuvimos a mirar el cielo y las nubes flotar en el agua. Una mamá deportista trotaba empujando a su bebé en una carriola. —¿Has visto a …? Nuestras voces hicieron eco contra l. a. piedra y el steel. los angeles mamá desapareció de vista antes de que pudiéramos siquiera terminar. En un almez que brindaba sombra al Acapulco Ice residence, una ardilla daba coletazos como una ama de casa sacudiendo un trapo empolvado. —¿Has visto a María? los angeles ardilla se nos quedó mirando co sospecha, como si fuéramos a robar su botín secreto de nueces. —Bueno, pues … avísanos si sabes de algo. Caminamos por callejones, machacando grava al pisar. Hablamos entre barrotes de rejas con gente que se disponía a asar carne, el aroma a mezquite y fajitas recordándonos que aún no habíamos almorzado. Allá en Adams road, interrumpimos los angeles reunión dominical de l. a. familia Ozuna. —¿Qué, qué, qué? —dijo los angeles abuelita Ozuna. —Buscan a un gato, Yaya. —¿Un zapato? —No, Yaya, un gato. Un gato. �GATO! —le gritaron al oído. —¿Plato? No, ya tengo plato, mija. Pobre abuelita Ozuna. Había perdido más que un gato. —¡María, María! Gritamos en el entrepiso lodoso bajo las casas, en l. a. rendija húmeda entre puertas de garaje, bajo el yeso descascarillado y l. a. madera suelta como dientes podridos. Enviamos nuestras voces a lugares demasiado peligrosos como para ir nosotras mismas. Más allá de callejones de grava, dentro de rincones oscuros y pegajosos con telarañas, entre los tablones del piso de los porches, dentro de los angeles boca de pasillos espantosos. Pero nada ni nadie nos respondió. En Cedar, seis pequineses mandones y un terrier japonés de ojos tristes y acuosos arrojaron sus cuerpos con furia contra los angeles reja de alambrado.

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